Los 3 cerditos y el lobo del fascismo

    Hace ya algunos años que el fantasma del fascismo recorre Europa. Por desgracia, lejos de ser percibido como una amenaza, para cada vez más habitantes de este continente cansado el fascismo es un ente de ficción como lo pueda ser Batman. O incluso más, ya que al justiciero de Gotham City lo han visto en el cine, mientras que las figuras lejanas de los dictadores que anegaron Europa en sangre son, como mucho, como los nombres de esos primos lejanos que hemos oído nombrar pero a los que no podemos poner cara. 

    Desde el ascenso de Pim Fortuyn en Holanda o Jörg Haider en Austria, el fascismo se ha ido extendiendo de forma lenta pero constante, como una mancha de aceite. Al principio fue recibido con cierta indiferencia, menospreciando el peligro que podía suponer para las democracias occidentales y repitiendo, en muchos casos sin saberlo, los errores que en el pasado condujeron al precipicio y la matanza. El joven cerdito europeo, más por el qué dirán que por verdadero convencimiento, levantó una choza de paja frente al incipiente lobo fascista. Y el peligro pareció conjurarse.

    Pasaron algunos años. En las sombras de la Europa Central volvió a brotar la raíz del fascismo con más fuerza. El progresivo deterioro del estado del bienestar, la reducción de los derechos sociales y el auge de la inmigración fueron el caldo de cultivo que alimentó este crecimiento. Desde Bruselas, los hombres de negro sometían a la ciudadanía a sus tiránicos ajustes, y en los márgenes de la desesperación surgían nuevos actores: Amanecer Dorado en Grecia, VOX en España, Liga Norte en Italia, Hermanos Alemanes y, sobre todo, el Frente Popular en Francia. El cerdito mayor comenzó a alzar su voz, y aunque a muchos la amenaza les sonaba trasnochada, levantaron una casita de madera que les aislara del lobo.

                                       

    Oculto en la seguridad de su guarida, el lobo decidió cambiar de estrategia. Cansado de cubrirse con la piel de cordero, de refrenar su naturaleza, decidió mostrarse tal cual era. Y así, con los colmillos relucientes, se lanzó al ataque. El cerdito mayor, que había vivido ya todo aquello, trataba sin éxito de alertar a sus hermanos, pero estos preferían pasar el día en eternas disputas sin sentido, mirando con pena y fastidio a aquel gruñón desubicado. Cuando el lobo llegó, no venía solo. La manada rodeó la casa de madera y de un soplido la barrió. Asustados, los 3 cerditos se refugiaron en casa del mayor, una sólida casa de ladrillo hecha con el sudor y el sacrificio de muchas generaciones. Hombro con hombro, dejando momentáneamente de lado sus diferencias, se aprestaron a resistir el asedio. Y por más que los lobos soplaron, la casita resistió.

    Los arquitectos que la evaluaron detectaron profundas grietas en sus muros, fallos en los cimientos y estructuras debilitadas. A menos que se apliquen a reconstruirla, dijeron, la casa no resistirá un nuevo ataque de los lobos. Los 3 cerditos se miraron y asintieron. Y si de veras fuera un cuento este sería el final feliz. Pero me temo que poco a poco los cerditos abandonarán sus promesas y relajarán la vigilancia, mientras el lobo del fascismo espera paciente tras un arbusto a que suene su hora.

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