Begoña Gómez , Torquemada y "El Proceso".

 Asistimos atónitos estos días a las insólitas piruetas del infame juez Peinado para involucrar en su trama insostenible al presidente del gobierno. Retorciendo la ley hasta estrangularla, el magistrado se ha empeñado en instruir una causa general contra Pedro Sánchez poniendo la diana sobre la cabeza de su esposa, Begoña Gómez.

Vaya por delante que cualquier ciudadano ha de responder ante la justicia de sus actos, sea un infante, la mujer del presidente o el más humilde ciudadano. El problema surge cuando a la investigada no se le informa sobre las acusaciones que pesan sobre ella, incurriendo en uno de esos procesos generales que tan queridos eran a la Inquisición y en los que el acusado tenía que probar que era inocente de algo que desconocía. La instrucción se alargaba hasta encontrar alguna culpa, la que fuera, e incluso en los casos en los que no era posible encontrarla, el acusado quedaba marcado de por vida. Lo que antes se lograba con la tortura física, en nuestro refinados y humanitarios tiempos se logra con el linchamiento mediático, sometiendo al acusado a una exposición continua, a un escrutinio de su vida que es, en la práctica, una violación de sus derechos fundamentales. Torquemada ya no se tonsura ni lleva hábito; hoy viste una toga y enarbola el mazo de la justicia como si fuera el largo dedo acusador del inquisidor.



Como casi todos los males de nuestra sociedad, este también lo anticipó Kafka, que en "El proceso" nos relata la historia de Josef K., un ciudadano que es acusado y detenido sin que consiga averiguar el por qué. El inicio de la novela bien podría valer para el caso de Begoña Gómez: "Alguien debió haber calumniado a Josef K., porque sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido"

Desconozco si hay algo punible en la actuación de la esposa de Sánchez. Si lo hay, que la justicia lo discrimine y pague por ello. Pero me inquieta y me perturba ver cómo se utiliza la justicia para conseguir por medios espurios lo que no se ha podido ganar por medios democráticos. El mensaje, paradójicamente, se parece a esa frase de Lenin que Pablo Iglesias rescató y puso sobre la mesa, solo que el PP y la ultraderecha de este país lo que pretenden tomar por asalto no es el cielo, sino la democracia.

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