CUNA DE LA LIBERTAD
A Cádiz, entre otras cosas, se la conoce como la cuna de la libertad porque allí se aprobó la Constitución de 1812, también llamada la Pepa, que aspiraba a colocar a España en la senda de la modernidad nacida de la Revolución Francesa y alejarla de las "caenas" monárquicas y de la molicie intelectual en la que estaba sumida. Después aquello acabó como acabó, con el infame Fernando VII regresando al trono mientras un pueblo palurdo enterraba entre vítores una oportunidad histórica de sacudirse la caspa del atraso.
Pero algo de ese espíritu perduró en esa esquina del mapa, en esa balsa de piedra apenas anclada a la Península, esa cuna de locos geniales y de gente sencilla que fue haciendo del humor y de la inteligencia la mejor arma para luchar contra la miseria. La ciudad de la alegría de la que hablaba Dominique Lapierre no estaba en Calcuta, sino cruzando el Puente Carranza, atravesando las Puertas de Tierra y bajando a mojar los dedos en la orilla de la Caleta para santiguarse como lo hacen los verdaderos creyentes, en el nombre del Sur.
En el ir y venir del tiempo aquel magma fue fraguando en las coplas. El Carnaval fue la loba que amamantó el ingenio de esos héroes anónimos que hicieron risa del llanto y chufla del dolor para decirle al mundo que allí estaba esa pequeña aldea gala de resistentes que suplían con un pito de caña la marmita de Panoramix. Un sorbito de Febrero bastaban para sanarlos durante todo el año.
Durante los años 30 surgen los guerrilleros de las coplas, que se enfrentan a la expansión de la violencia que acabaría arrasando España y la denuncian en sus letras. Guillermo Crespillo, director de "El frailazo y el tragabuches" escribió sobre los sucesos de Casas Viejas: "Fueron pastos de las llamas hombres, niños inocentes, no respetaban a nadie, allí se sembró la muerte". Crespillo fue fusilado en 1937, como les ocurrió a otros carnavaleros como Manuel Peña Warletta y Juan Ragel.
Con el franquismo, los Carnavales fueron mutilados. Primero fueron prohibidos por completo y en 1947 se recuperaron, aunque los fascistas cambiaron su nombre a Fiestas típicas gaditanas, cambiaron su fecha y pretendieron cambiar su espíritu. Pero la Resistencia se organizaba en los baches, en las trastiendas de los chicucos, entre los sacos de los almaceneros. Fueron muchos los autores que vieron su obra censurada y amordazada: el Carota, Fletilla, el Chimenea, Juan Poce... La lista sería interminable. No era raro que después de cantar pasaran la noche en el cuartelillo, en aquel entonces conocido como la Prevención. Esos hombres arriesgaron su vida y su futuro por defender su libertad de expresión, mantuvieron a flote el Carnaval cuando ser carnavalero era poco menos que el equivalente a la prostitución, donde al igual que ocurría con las prostitutas, los mismos que censuraban el Carnaval luego llamaban a las chirigotas para que animaran sus fiestas a cambio de un cuarterón de vino y un papelón de pescao frito.
Por eso es inadmisible que se trate de vender como censura lo ocurrido con la chirigota negacionista "Abre los ojos". No, señores, eso no es censura, es una demostración más de libertad soberana del pueblo de Cádiz, que ha respondido con Carnaval al enésimo intento de utilizar la supuesta libertad de expresión para tratar de hacer a la gente menos libre con manipulaciones y mentiras. Eso sin entrar a valorar la "calidad artística" de la obra presentada, un auténtico despropósito y una falta de respeto a todos los que amamos y sentimos esta fiesta. He dicho.
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