Corazón al 3x4
Yo tenía 10 años cuando descubrí el Carnaval de Cádiz. No fue en un lavaero, ni en la Caleta ni mucho menos en el Falla. Fue en casa de mi tía donde, con agüilla y ruido de fondo, una emisión pirata del vídeo comunitario mostraba a unos hombres disfrazados de indios y cowboys. Era el año 1988 y la chirigota se llamaba “Los combói dapejeta”. Casi na.
Tuvieron que pasar dos años hasta que Canal Sur comenzó a emitir el concurso. La Final, claro. Me pasé esos dos años y algunos más subiendo a la azotea de mi piso de un barrio obrero de Sevilla con una manta y una radio colorá para sintonizar los carnavales. Sintonizar es una manera de hablar, claro, porque a duras penas conseguía entender algo entre tantas interferencias. Las vecinas que subían a tender me miraban raro. Normal.
También empleé ese tiempo en empezar a aprender carnaval. Y lo hice de la única manera posible: escuchando a los mejores. Pero entonces no había internet, y el Melli me quedaba lejos para ir a comprar cintas, así que me recorría media Sevilla buscando esas cintas y cuando encontraba alguna la escuchaba hasta que me sabía el código de barras de la carátula: una antología de Paco Alba, Agua clara, Nuestra Andalucía… Esa fue mi escuela de carnaval.
Lo que viene después se lo pueden imaginar: agrupaciones con amigos, primeros viajes a Cádiz para ver callejeras y por fin el bautizo en el Falla una noche de preliminares escuchando a Manolo Santander…Así que no, yo no soy gaditano, pero amo y respeto los carnavales. No los he mamao, pero algún biberón de esa leche bendita sí que me he tomado. Lo digo porque ahora parece que hay que disculparse por opinar de carnavales sin ser de Cádiz, que hay que pasar un examen o tener un carnet que te avale como carnavalero. Sobre todo si, como yo, eres miarma. Y es que ya se sabe que, por desgracia, los andaluces nos odiamos como hermanos. Y así nos va.
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