MIENTRAS DUERMEN
Bolsas de basura, cinta de embalar y el miedo pintado en la cara. Esas fueron las armas con las que los anestesiólogos fueron enviados a combatir la enfermedad, el dolor y la desesperación de un país que se nos moría a puñados. No fueron los únicos, desde luego, pero fueron. Lo sé porque la vida me puso en el camino de algunos de ellos, porque he visto en sus ojos la determinación que vencía al temor y lo mantenía a raya hasta que volvían a casa tras largas horas de pesadilla...
Creo que su trabajo está poco reconocido, en parte por el desconocimiento que se tiene del mismo. No son sólo los que te duermen y despiertan, son los que te mantienen vivo durante toda una intervención quirúrgica y los que, en caso de complicaciones, te salvarán la vida. Quizás les falte prestigio, no tengan el brillo ni el reconocimiento social de otros profesionales médicos, pero créanme si les digo que ponen ustedes la vida en sus manos. Y qué manos... Las mismas manos que ayudaron a mantener viva la esperanza en plena pandemia, las que aplaudían desde sus puestos de trabajo, angustiadas, exhaustas pero firmes, las que más de una vez se alzaron con rabia para defeder nuestro sistema saniatrio y a sus pacientes.
Como otras especialidades médicas, soportan un déficit de profesionales, sueldos precarios, interminables horas de guardia que les son hurtadas del cómputo de años trabajados. Como otras especialidades médicas, son parte esencial de nuestro sistema de trasplantes, envidiado y admirado en todo el mundo. Como tantos profesionales, sufren las consecuencias de una infame política sanitaria que tras la tormenta volvió a abandonarlos a su suerte. Pero no se preocupen, que aunque sea envueltos en bolsas de basura estarán a su lado cuando los necesiten y velarán para que su sueño tenga un feliz despertar. Sólo les pido una cosa: cuando despierten, dedíquenles de mi parte una sonrisa.
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