CONSUMIDORES DE INFANCIA

Si tienen hijos, seguro que les han pedido alguna vez ver esos canales de Youtube en los que aparecen videos de niños jugando. Así, tal cual; en lugar de jugar, los niños se sitúan delante de la pantalla y ven a otros niños haciendo aquello que deberían estar haciendo ellos: jugar y divertirse. Ni que decir tiene que  todos esos niños viven en mansiones lujosas, tienen padres enrollados que disponen de todo el tiempo del mundo para jugar con ellos y poseen un ilimitado arsenal de juguetes de todos los tamaños, colores y formas. Absortos ante la pantalla, quizás los niños piensan en sus pisos pequeños, en sus padres ausentes durante las largas jornadas de trabajo, en sus juguetes que, en comparación, parecen pobres imitaciones de la felicidad. Quizás sin darnos cuenta les estamos enseñando a envidiar el lujo, a desear lo que no tienen en vez de disfrutar de lo que poseen, a vivir una vida irreal por persona interpuesta. En resumen, les enseñamos a ser infelices.

El preocuante número de niños que ve la TV por la noche | Ideal

Cuando se profundiza un poco en estos videos se encuentran historias terribles, pero que ya no sorprenden: niños obligados a jornadas extenuantes de grabaciones, explotados por sus padres en beneficio propio, víctimas de su talento precoz, de su desparpajo, de su belleza. En la trastienda de este mundo está el capitalismo despiadado, las empresas que aprovechan el tirón de estos pequeños "influencers" para generar publicidad encubierta, creando una legión de mini consumidores que anhelan ser como sus ídolos. Así, a uno y otro lado de la pantalla niños que no son felices viven la mentira de la felicidad: unos, jugando por obligación; otros, dejando de jugar para verlos.

¿Hay algo más detrás de todo esto? Creo que sí. Me temo que forma parte de un plan más ambicioso cuyo objetivo es generar frustración en los niños, prender en ellos el deseo de poseer a toda costa e inculcarles un sentimiento de insatisfacción permanente que sólo puede paliarse poseyendo más y más. En definitiva, haciéndose esclavos del consumo.

Si como decía Rilke la verdadera patria del hombre es la infancia, nuestros hijos están en cierta forma siendo privados de su patria. No la que vive en las banderas o en las palabras exaltadas, sino la de la inocencia, la bondad y la esperanza. La única, en definitiva, por la que merece la pena luchar.


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