CONQUISTA
Bajaron de las montañas, remontaron el río, atravesaron los campos. Vinieron. A lo lejos, sus monturas levantaban remolinos de polvo que quedaban suspendidos en el aire pesado del verano. Al observarlas a contraluz, sus siluetas semejaban espectros de barro. Afilaron sus hachas, levantaron sus tiendas, encendieron hogueras. Esperaron. Igual que un emisario de alas negras, el miedo atravesó los muros y nos cubrió con su manta raída. Llegaron los malos sueños. Al despuntar el alba, encontramos frente a las puertas de la ciudad la cabeza de un campesino ensartada en una pica. Izaron sus enseñas, herraron sus caballos, besaron sus reliquias. Callaron. Era un día radiante, y por unos instantes, pareció como si pidieran perdón al mundo mismo por perturbar su quietud. Fue breve. Después se alzó una mano poderosa y el bramido de miles de hombres se abatió sobre nosotros. Antes del primer golpe, de la primera sangre, aquellas palabras incomprensibles ya nos habían derrotado. Quemaron con el fu